entre esta multitud

noviembre 20, 2008

Siempre camina con las manos en los bolsillos.

Al principio, suele mirar al suelo. La cadencia de un paso sobre otro, la intermitencia constante y terca de los pasos sucesivos le trasladan a un estado de encantamiento tácito y familiar que reconforta.

Ahora, el año se despide derramando un manto de hojas púrpura por la ciudad. Nunca las pisa.

A ella le encantaba pararse y recogerlas.Las observaba cuidadosmente sostenidas en sus manos diminutas. Siempre las acariciaba despacio, fascinada por el tacto y el dibujo de los nervios del revés, «Son tan frágiles»- decía -Y abría más aún los enormes ojos negros de dragón. Luego le miraba a él y sonreía, encogiendo un poco los hombros, como se despiden los inevitables y algunos inviernos.

Vuelve los pasos sobre sí mismo, un instante. Algo suave, posado en su mejilla. Un instante. Un cordón desabrochado. No le importa, pero en un gesto ágil y mecánico, se agacha y lo anuda de nuevo, con la destreza que dan los actos reiterativos. Al segundo, de nuevo, las manos encuentran el trayecto más corto hasta los bolsillos, y así,sin réplicas, reanuda el juego de los pasos y la memoria.

Ha comprado una cafetera. De esas nuevas. Con paquetitos de café en cápsulas y que se conecta a un enchufe.

Nunca le gustó el café.

(Nadie es como tú)

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